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Historias del Cosmos: Cometas en el tejado

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Por estos días el diablo anda suelto. Me refiero al cometa 12P/Pons-Brooks, bautizado como “el cometa del diablo”, que durante el mes de abril será el objeto más perseguido por los paparazzi del firmamento. La última vez que este cometa estuvo de visita por estos lares del sistema solar fue hace 71 años, por lo cual muchos se esmeran para capturar en astrofotografías la imagen de su núcleo, de unos 30 kilómetros de ancho, y la llamativa cabellera que parece que tuviera dos cuernos, lo que le da su demoniaca denominación.

La cola de los cometas ha intrigado y despertado la curiosidad del ser humano durante milenios. Es fundamentalmente una estela de gas y polvo que se extiende desde el núcleo del cometa a medida que se acerca al sol y se forma debido a la interacción entre el cometa y la radiación solar. Cuando un cometa se acerca lo suficiente a nuestra estrella, el calor provoca que los hielos presentes en su superficie se sublimen, es decir, pasen directamente del estado sólido al gaseoso, liberando partículas de polvo y gases como vapor de agua, dióxido de carbono y metano.

En la visita a comienzos del siglo XX del famoso cometa Halley, el pánico se apoderó de los habitantes de pueblos y ciudades. Varios titulares anunciaban que “el cometa Halley podría arrasar con toda la vida en la Tierra”, lo que catapultó la comercialización de gran variedad objetos peculiares, como máscaras para protegerse de los gases del cometa y elixires para escapar de la ira de los cielos. Muchos se encerraron en sus casas aquel 19 de mayo de 1910 para que los vapores y polvo del cometa no ingresaran. En la Plaza de Bolívar en Bogotá, más de un avivato aprovechaba para hacer su agosto vendiendo supuestas cremas para protegerse del “latigazo” de la gran cola del cometa.

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La vida continuó y el Halley siguió su camino para regresar 76 años más tarde, cuando ya entendíamos mucho mejor a estos visitantes del espacio, momento que sirvió también para despertar la afición astronómica de millones de terrícolas.

La cola de los cometas ha intrigado y despertado la curiosidad del ser humano durante milenios.

Foto:iStock

Además del Halley, muchos otros cometas han visitado también las regiones internas del sistema solar, dejando a su paso una buena cantidad de escombros que salen desprendidos por su larga cabellera formando nubes de polvo a su paso. Una cantidad sorprendentemente grande de polvo espacial llega a nuestro planeta, algo más de 5.000 toneladas por año, 100 toneladas por semana o 14 toneladas diarias. Se estima que aproximadamente el 80 por ciento de todo ese polvo tiene origen en cometas “cercanos” con periodos orbitales menores a 20 años.

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Parte de ese material cósmico de roca y metal, que se ha desprendido de asteroides y cometas, causa una gran espectacularidad a su ingreso a la atmósfera terrestre, generando las populares lluvias de meteoros y bólidos que iluminan el cielo. Otra parte del material no hace una entrada tan vistosa a nuestro planeta, y cae suavemente a través de la atmósfera en forma de polvo casi invisible a nuestros ojos, con tamaños de entre 50 millonésima de metro a dos milímetros.

Desde hace una década, los cazadores de este polvo extraterrestre se suben a los tejados a recolectar muestras de, literalmente, mugre, entre las que se pueden esconder restos del preciado material cósmico que tanto les interesa. Los techos preferidos son los de monumentales catedrales europeas, que han sido testigo del nacimiento de la llamada era de los micrometeoritos urbanos. Estos tesoros del espacio exterior podrían contener pistas sobre la formación de nuestro sistema solar y de nuestro propio planeta en el pasado distante.

El próximo 21 de abril, el cometa del diablo alcanzará el perihelio, su punto más cercano al sol, cuando su hermosa cabellera tiene mayor espectacularidad y brillo. Para ese momento otras cabelleras, esta vez las de más de un transeúnte, ya habrán acumulado micrometeoritos, como otra forma de contribuir con el ahorro de agua en la capital del país.

Santiago Vargas

Ph.D. EN Astrofísica

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Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional





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