Aunque parezca que la naturaleza humana tiene arraigada casi una obsesión por predecir el futuro y prepararnos para él, muchos piensan que una de las lecciones del pasado ha sido que predecir el futuro no es necesariamente muy útil. Sin embargo, en la exploración del cosmos podría no ser así.
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Algo más de una década antes de que los seres humanos consiguieran por primera vez poner un objeto en el espacio, hito alcanzado el 4 de octubre de 1957 con el satélite Sputnik 1, ya se vislumbraba la importancia de tener un telescopio extraterrestre. Este instrumento, con su observación privilegiada de los astros, prometía nuevos descubrimientos derivados de sus capacidades innovadoras.
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La revolucionaría idea nació en la mente del físico estadounidense Lyman Spitzer, y fue difundida en un artículo que se adelantaba a su tiempo varias décadas. Sin embargo, pasaron 45 años hasta que el gran telescopio soñado por Spitzer, conocido como telescopio espacial Hubble, finalmente atravesó la atmósfera terrestre para comenzar a escudriñar el espacio y abrir una nueva ventana hacia las estrellas.
Mientras el telescopio Hubble apenas empezaba a maravillarnos con sus primeros hallazgos a mediados de la década de 1990, aproximadamente 500 kilómetros más abajo, sobre la superficie de la Tierra, ya se estaba diseñando la siguiente generación de telescopios espaciales. El JWST, en particular, ya estaba en desarrollo desde hace un cuarto de siglo antes de su lanzamiento exitoso el día de Navidad de 2021.
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Misiones espaciales como Rosetta, lanzada en 2004 y que llegó a su destino, el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, en 2014, son testimonio del nivel de paciencia y previsión necesario en la exploración del espacio. Hoy estamos presenciando el futuro que imaginaron y meticulosamente planearon esos visionarios científicos e ingenieros.
En estos días, uno de los ejemplos más recientes de anticipación en la exploración del espacio es la misión Osiris-Rex. Concebida por primera vez a principios del nuevo milenio por la Nasa, esta misión, una de las más ambiciosas de la historia reciente, tenía como objetivo recolectar muestras del asteroide Bennu y traerlas de regreso a la Tierra.
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Tras un meticuloso desarrollo y años de preparación, la misión fue lanzada en 2016, y en 2020 logró recolectar muestras del asteroide. Los análisis más recientes de la materia de Bennu han revelado pistas sobre su origen. El descubrimiento de fosfato de magnesio y sodio, un compuesto soluble en agua que es crucial en la bioquímica esencial para la vida, sugiere que Bennu podría haberse desprendido de un pequeño mundo oceánico primitivo que ya no existe en nuestro sistema solar. Futuros análisis continuarán proporcionando valiosa información sobre los orígenes del sistema solar.
Adelantarse al futuro en el ámbito de la investigación científica requiere no solo una visión audaz, sino también un compromiso con la innovación tecnológica y la colaboración interdisciplinaria, reconociendo que los avances en ciencia básica son fundamentales para asegurar la continuidad a medio y largo plazo.
La capacidad de imaginar y planificar el futuro ha sido una fuerza impulsora en la exploración del universo. Las misiones espaciales, los telescopios revolucionarios y los descubrimientos científicos que celebramos hoy son el resultado directo de esa capacidad de vislumbrar y preparar el terreno para lo que está por venir.
Esta precisa combinación de visión y acción continúa impulsando a la humanidad hacia nuevas fronteras del conocimiento, preparando el terreno para el futuro.
SANTIAGO VARGAS
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Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional