A un mes de cumplir 87 años y con una salud precaria que lo obliga a guardar cama o a ir al hospital con frecuencia, lo mismo que a desplazarse gran parte del tiempo en silla de ruedas, el papa Francisco ve con preocupación la llegada del final del 2023, el año en el que había fincado sus esperanzas para sacar adelante una profunda reforma de la Iglesia católica.
Su papado, que en marzo cumplió una década, se ha visto atenazado por dos poderosas fuerzas opuestas.
De un lado, los conservadores y tradicionalistas –muy fuertes entre los más de 270 obispos estadounidenses– que han visto con malos ojos posturas como la que Francisco sostuvo en un documental en 2020 donde aseguró que “los homosexuales (…) son hijos de Dios y tienen derecho a una familia”, así como su apertura a la participación de la mujer en el diaconado. Y del otro, los liberales, deseosos de reformas y preocupados por el retroceso del catolicismo entre las nuevas generaciones por cuenta de los escándalos de pederastia en el clero, la discriminación hacia la mujer en el sacerdocio y la censura a los homosexuales.
En marzo de 2021, meses después de las frases del Papa en el documental, la Congregación para la Doctrina de la Fe –que desde 2022 no se llama congregación sino dicasterio– insistió en calificar la homosexualidad como “un pecado”. Y explicó que aunque “Dios nunca deja de bendecir a sus hijos (…) no bendice ni puede bendecir el pecado”, con lo que buscó cerrar la puerta al matrimonio gay.
Francisco
ha abierto controversias en la mayor variedad posible de frentes (…) y hace una crítica constante a los conservadores
Desde su llegada al pontificado en marzo de 2013 y como el primer papa de origen latinoamericano, Jorge Bergoglio –como se le conocía antes de convertirse en Francisco– consiguió la simpatía de medios de comunicación y opinión pública que vieron en su origen, en su discurso de una Iglesia por los pobres y en sus formas sencillas alejadas de la pompa vaticana, la llegada de una nueva era. Pero, para algunos analistas, el Papa hubiese conseguido mejores resultados si su estilo –en especial en materia de comunicación–, en vez de centrarse en construir de sí mismo una figura amable, hubiese respondido a una estrategia de avanzar paso a paso, a punta de persuasión, para acercar a cada extremo a posturas más realistas.
Para Ross Douthat, columnista católico del New York Times y un conocedor sobre la religión en Estados Unidos, Francisco ha abierto “controversias en la mayor variedad posible de frentes”. A veces, de manera improvisada, como sus criticadas conversaciones con Eugenio Scalfari, un periodista italiano ateo y director del diario de izquierda La Repubblica’, quien publicó esas charlas, de las que no grabó ni tomó notas y en las que citó al Papa negando la doctrina del infierno.
Douthat también cuestiona la “crítica constante a los conservadores, y en especial a los tradicionalistas, por ser rígidos, farisaicos y fríos de corazón”. Francisco los ha acusado de estar “todos tiesos con sotanas negras”, y graduó así de opositores a esos obispos.
Por cuenta de los palos en la rueda de ese sector, el pontífice “ha reculado en repetidas ocasiones”, según sostiene Douthat, que cita como ejemplo el tema de los homosexuales y su derecho a vivir en familia.
Mesas de trabajo del sínodo que se realizó durante el mes de octubre.
Crecen las tensiones
En 2021, Bergoglio lanzó el Camino sinodal, una inédita ruta de consultas con fieles, sacerdotes, mujeres laicas y religiosas, y obispos.
En una primera etapa surtida desde las parroquias, los padres debían escuchar la opinión de los feligreses y luego los obispos debían hacer lo mismo con el conjunto de sus comunidades, para recoger ideas, dudas e inquietudes.
En abril de 2022, los obispos enviaron sus conclusiones a Roma, que la secretaría general del Sínodo filtró, compiló y publicó en un primer documento en septiembre del mismo año. De ahí hasta marzo pasado, los obispos reunidos por continentes redactaron nuevos documentos que enviaron a Roma.
La Asamblea general del Sínodo de Obispos –compuesta por más de 340 prelados con derecho a voto– se reunió finalmente el mes pasado en Roma. Dos terceras partes de los sufragios eran exigidos para validar cada párrafo del documento, lo que dificultó mucho los avances. Francisco lo tuvo claro desde mediados de octubre del año pasado, cuando anunció que el Sínodo no terminaba en 2023, sino que se extendía hasta 2024, cuando –de nuevo en octubre– los obispos deberán concluir sus trabajos.
El 28 de octubre, al terminar el primer ciclo de la asamblea del Sínodo, estaba listo un informe de más de 40 páginas, con pocas decisiones de fondo y muchos temas citados como parte del debate, pero sin acuerdo entre los prelados. Ni siquiera el acceso de las mujeres al diaconado (tercer grado de la jerarquía) como auxiliares de presbíteros y obispos salió adelante y, al igual que muchos otros asuntos, las decisiones quedaron aplazadas para el año entrante.

El Papa Francisco dirigió la Santa Misa de conclusión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en la Basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano.
Entre tanto, este año las tensiones entre el Vaticano y las fuerzas conservadoras y liberales van en aumento.
Por un lado, el núcleo duro de los obispos estadounidenses, anclado en un tradicionalismo radical en contra, entre otras, de la más mínima concesión a los derechos de los homosexuales, expresó públicamente sus críticas al Camino sinodal. Uno de ellos es Joseph Strickland, hasta hace pocos días obispo de Tyler, Texas, a quien Francisco destituyó el sábado pasado.
Muy activo en las redes sociales, Strickland llegó a acusar al Papa de “socavar el depósito de la fe” por promover el debate de temas que el prelado –furibundo antiaborto y opositor radical al matrimonio entre homosexuales– consideraba totalmente inaceptables.
La reacción de algunos obispos estadounidenses ha sido cuestionar que, por un lado, el Papa hable de “escuchar a todos” en el marco del Camino sinodal, y por el otro, cuando un mitrado expresa sus opiniones de manera abierta, acuda a “su autoritarismo” y lo remueva del cargo. “Quien pide tolerancia no da muestras de ella”, dijo en voz baja uno de los obispos estadounidenses.
Más prudente que Strickland, pero con un trasfondo crítico, ha sido Thimothy Broglio, presidente de los obispos de Estados Unidos.
Interrogado por periodistas sobre el proceso de escucha y reflexión lanzado por el Papa, monseñor Broglio optó por desinflar las expectativas y el supuesto entusiasmo por el Camino sinodal, al decir que “menos del uno por ciento de los católicos” de su país se siente interesado por estos debates.

E$n la Basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, se entregaron las conclusiones del Sínodo 2023.
¿Un nuevo cisma?
Por el lado de los obispos más liberales –los alemanes–l las tensiones también han crecido. Reunidos en marzo pasado en Fráncfort de manera paralela al ejercicio de reflexión convocado por el Papa, casi 200 prelados redactaron un documento con 15 conclusiones, entre las cuales hay varias que no gustaron al Vaticano. Aprobaron el acceso de las mujeres al diaconado (no todavía a ser sacerdotisas, algo que habría sido aún más audaz), la previsión de que, a partir de 2026, los sacerdotes alemanes bendigan matrimonios de parejas del mismo sexo, y un llamado a Francisco para revisar el celibato sacerdotal obligatorio.
A la cabeza del Consejo Central de Católicos, principal organización laica de Alemania, Irme Stetter-Karp, valoró en positivo algunas de las propuestas, pero –en declaraciones a la agencia AFP– sostuvo que habría querido “más”, antes de sentenciar: “Esta Iglesia no puede seguir así”.
“Farisaicos, fríos de corazón, tiesos con sotanas negras”, dijo el Papa de los obispos conservadores.
Más de 500 años después del inicio de la reforma impulsada por Martín Lutero, justamente en Alemania, que derivó en el cisma del catolicismo y la ruptura con Roma de las iglesias protestantes, muchos temen que el endurecimiento de las posturas de los obispos alemanes conduzca a un nuevo quiebre.
Monseñor Georg Bätzing, quien encabeza la Conferencia Episcopal de Alemania, lo niega: “El Camino sinodal no lleva a la división ni apunta al inicio de una Iglesia nacional en ruptura con el Vaticano”. En un tono crítico frente al Papa, Bätzing ha insistido en la urgente necesidad de hacer reformas, pues, por ejemplo, en Alemania, la Iglesia ha perdido unos tres millones de fieles en los años recientes, de cerca de 24 millones que tenía a mediados de la década pasada.
Según Stetter-Karp: “Cualquiera que se tome en serio el escándalo de la pederastia en la Iglesia católica debe trabajar de forma clara en cambios estructurales” y no quedarse, según cree ella, que es lo que está sucediendo, en solo palabras.
Al igual que ha pasado en decenas de países, las revelaciones sobre abusos sexuales a menores de edad por parte de sacerdotes y prelados han horrorizado y hasta espantado a muchos católicos. Más de 3.670 niños (en su mayoría menores de 13 años) fueron víctimas de violencia sexual por casi 1.700 miembros del clero alemán, entre 1946 y 2014, según casos documentados uno a uno en un detallado informe divulgado en 2018.
En España, un estudio impulsado por la Defensoría del Pueblo calcula en unas 440.000 las víctimas de abuso sexual a manos de religiosos o individuos vinculados a la Iglesia. Una investigación similar en Francia sumó 330.000 abusados.
Mientras la población de bautizados en el mundo se mantiene estable y crece al mismo ritmo que la población mundial –aún si muchos de ellos, al crecer, no son practicantes–, los seminaristas van en descenso, en especial en Europa y América, donde caen un cuatro por ciento anual desde mediados de la década pasada, algo que comienza a generar escasez de sacerdotes en varias regiones.
Un panorama que, mezclado con el debate cada vez más agrio entre tradicionalistas y reformadores, marcará las tribulaciones del Papa para la temporada de Navidad y Año Nuevo. ¿Traerá el 2024 la reforma que tanto ha querido impulsar Francisco o se quedará en el terreno de las palabras y no en los hechos?
MAURICIO VARGAS
ANALISTA
EL TIEMPO